Hace años visitamos Las Azores. Como casi todos los que viajan a estas islas tan peculiares nos conformamos con descubrir Sao Miguel y Terceira. Este año fuimos más allá en busca de la isla más occidental: La Isla de Flores. Se trata de una de las más pequeñas, con tan sólo 17 Kms de largo, pero con una variedad de paisajes y un potencial que consigue enamorar a todo el que la visita.
Bien podría llamarse la isla verde, la isla del agua o la de los pájaros...no es de extrañar que junto a la vecina Corvo se les haya reconocido a ambas como Reserva de la Biosfera.
Javier Sánchez
La Isla de las Flores, que se formó alrededor de 7 cráteres volcánicos, disfruta de un clima húmedo durante todo el año favoreciendo el desarrollo de una vegetación que no había visto hasta ahora en ningún otro lugar. Lagos de origen volcánico, grandes cascadas que superan los 100 metros, acantilados cubiertos de vegetación hasta el océano, molinos de agua y construcciones tradicionales. En pleno mes de julio descubrimos una isla muy tranquila, con un acertado turismo sostenible, algo que tienen muy claro en este lugar único de Las Azores.
Los días en la isla de Flores son de asombro constante. Empieza en el momento en el que entras en el coche y quieres parar cada dos por tres para disfrutar de las verdes y floridas carreteras (sí, Flores hace justicia a su nombre) hasta cuando te adentras en algún punto de ese verde y estás expectante por si un tiranosaurio rex está al acecho. Si te decimos que Flores es el Parque Jurásico portugués no le estaríamos haciendo justicia porque es todo eso unido a unas piscinas naturales de aguas turquesa donde saludar a peces de mil colores con imponentes cascadas de tela de fondo, lagunas variopintas rodeadas de mil tonos de verde y atardeceres naranja con un gin azoriano en la mano despidiendo el sol en el mar.
Equipo utilizado:
Pentax K1 y K3 con objetivos Pentax 15-30mm, Tamron 28-75mm y Tamron 70-200mm. Trípode Manfrotto y tarjetas Lexar